El arte moderno, aunque su modernidad ya sea anciana, parece estar casi siempre en el punto de mira de sus (muchos) detractores, que lo son público,profesores y críticos que le tachan de engañabobos, cuando menos. Y eso a pesar que desde, por ejemplo, los dadaístas hasta ahora mismo, han pasado futuristas, cubistas, surrealistas, Duchamp, Beuys, abstraccionistas, Klein, punk o Debord y su cuadrilla situacionista, entre otras propuestas de modernidad artística, y, quien más y quien menos, debiera haberse enterado que desde Velázquez o Goya ha llovido lo suyo y el arte también se ha “mojado” lo suyo y la Capilla Sixtina puede ser, y es, compatible, con la Gioconda bigotuda de Marcel Duchamp. Pero claro, es más cómodo ignorar y recurrir al “eso lo hace mi niña de dos años”, que al abrirse de sentidos y disfrutar del arte, sea moderno o no.
Recientemente, por si fuera poco lo que le cae encima, al arte moderno le achacan un pasado, no tan lejano además, de torturador en famosas “chekas” barcelonesas durante la Guerra Civil española (1936-1939 ), de hacerle caso a la crítica Victoria Combalia, que lo “denuncia” en su artículo “Arte moderno para torturar” (“El Pais”, Domingo 26 de enero de 2003, pág.36, La Cultura). Luis Buñuel, Kandinsky, Klee o la Bauhaus se habrían empleado a fondo contra los detenidos en las llamadas “celdas de colores” de las calles Saragossa y Vallmajor de Barcelona. Allí, y en otros lugares similares más, el surrealismo y la abstracción geométrica, entonces de moda, se habrían utilizado para torturar sicológicamente a las víctimas, ello, claro está, sin contar con la debida autorización de sus autores, que jamás habrían pensado en semejante uso de
sus lenguajes revolucionarios. Al parecer, las celdas eran decoradas con figuras de ilusión óptica, como dameros, espirales, cubos, círculos de colores, tramas y rejillas diversas, que hacían trizas los nervios de sus habitantes. Aún más cercano en el tiempo, y no menos escalofriante, es el empleo del arte, musical en este caso, contra los presos por parte de sus carceleros y torturadores, como sucedió, según explica una de sus víctimas, Marcia Scantlebury (actual
responsable del Museo de la Memoria de Chile) tras el golpe de estado del general Pinochet en algunos centros de detención y tortura chilenos. Cuenta Marcia que, en 1975, en cuatro álamos las bombardeaban a las prisioneras con canciones de …¡Julio Iglesias! y ¡Nino Bravo! Con la finalidad de acallar sus gritos de suplicio, mientras que ellas se defendían cantando “Palabras para Julia” (del poeta José Agustín Goytisolo).
Nel Amaro Fernández
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